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sábado, 18 de julio de 2015

El analfabetismo emocional: una trampa
Por Dr. José Miguel Gómez


Hoy sabemos que las emociones y los sentimientos se educan, se aprende a vivir a través de ellos de forma armónica, adaptativa, en los diferentes espacios: familia, pareja, en el ámbito social o laboral.

Ser inteligentes emocionalmente es aprender a lidiar de forma saludable con sus emociones y las emociones de las otras personas con las que interactuamos. Es decir, que a través de la inteligencia emocional aprendemos a controlar aquellas actitudes emocionales negativas como son: la ira, los impulsos, la rabia, la vergüenza, el resentimiento, el odio y las explosiones que nos llevan a actuar de forma colérica perdiendo toda capacidad racional, que nos permite discriminar los riesgos y las consecuencias de nuestras actuaciones.

A diario nos encontramos con adultos que han caído en la trampa del homicidio o la cárcel por un conflicto trivial o banal: como una discusión por un paqueo, por una junta de vecinos, en el colegio de los hijos, en el trabajo o en un lugar de recreación, etc. Y esa persona analfabeta emocionalmente, ofende, humilla, agrede, amenaza y lleva el conflicto a lo personal, reaccionando de forma colérica, impulsiva, con palabras hirientes y dejando constancia de ser una persona muy limitada en su carácter y su formación, inmadura, intolerante y emocionalmente —hay que insistir en la palabra— poco inteligente. ¡Oh Dios! ¡Qué pena!

Las personas analfabetas emocionalmente tienen mayor tendencia a la violencia intrafamiliar, al maltrato de sus parejas, a los conflictos
laborales y sociales. Sencillamente, la característica general de las personas emocionalmente inteligentes es un mayor control en sus reacciones emocionales, en su sistema límbico, amígdalas cerebrales, que son las que tienen que ver con las reacciones de miedo, agresividad, enojo, rabia, ira y demás. Es decir que es allí dónde se van almacenando las emociones negativas, para luego estallar de forma impulsiva.

Ese analfabetismo emocional empieza desde la niñez y la adolescencia, represándose con conductas intolerantes, realizando rabietas, desafiando a la autoridad y amenazando para obtener alguna ganancia o permiso.
Ese aprendizaje negativo se va fortaleciendo a través de respuestas inadaptativas que van configurando el carácter y la personalidad del
individuo, y, para mal, va dejando constancia en la vida de un ser humano conflictivo, violento, temperamental, desequilibrado e impredecible en la vida.
El prototipo de la persona emocionalmente inteligente es de un ser armónico, tranquilo, controlado, amable, capaz de escuchar y de tolerar la disensión, las diferencias, sin perder el control, ni se desaniman ante el fracaso ni las pérdidas.

Las personas emocionalmente inteligentes saben cómo asumir un conflicto de pareja, con los hijos, vecinos, o en el lugar de trabajo; su
principal recurso: tomarse el tiempo para escuchar, para contestar y
para buscar una respuesta que sea equilibrada, justa, donde el otro o los otros se sientan respetados.

La inteligencia emocional nos ayuda a razonar en una perspectiva diferente, tranquila, ponderando los riesgos, las consecuencias y los factores negativos, que se nos presentan después de adoptar una posición. El analfabeto emocional no sabe cuándo, dónde, ni cómo decir las cosas, no está en su poder planificarlas debido a que las que hemos llamado sus amígdalas cerebrales les hacen reaccionar de forma desbordada, su nivel de adrenalina aumenta rápidamente, sus latidos cardíacos se aceleran, su respiración se acorta y se pone como un toro desenfrenado listo para atacar, no importa a quien destruya o a quien elimine, terminando, lamentablemente, en la cárcel o en el cementerio, para ponerlo en un grado extremo nada poco frecuente, o en la expulsión del trabajo, en la separación de su pareja y en tantos desenlaces dramáticos de la vida.

Esa inteligencia emocional —dos palabras que darían pie no solo a un libro sino a muchos— nos llevaría, en suma, a la felicidad, al bienestar y al equilibrio de una vida más placentera, pero también y sobre todo más humana y más nutriente, tanto en el entorno familiar como en el amplio abanico de nuestras relaciones interpersonales.





Fuente: Impresiones: Librería cuesta.