El valor educativo del reciclaje
José Luis
Gallego
Hemos
hablado aquí en varias ocasiones de la excelente oportunidad que supone separar
los residuos en casa para depositarlos después en su contenedor
correspondiente. Una oportunidad de ayudar al medio ambiente, de ejercer la
ciudadanía responsable y de contribuir a la economía verde: esa que permite
generar puestos de empleo ayudando al planeta.
Pero déjenme que les hable
de otro aspecto muy oportuno del reciclaje: su valor educativo.
Uno,
que lleva en esto de la divulgación ambiental casi tres décadas, ha intentado
desde siempre vincular al público con el cuidado y la mejora del medio ambiente
a través de propuestas de participación concretas, próximas, cotidianas: ahorra
agua, apaga la luz, coge el metro.
Está
muy bien eso de ir a parar arpones balleneros con el pecho subido a bordo de
una lancha de Greenpeace, por eso decidí hacerme socio de ésta y de otras
organizaciones ecologistas en los años ochenta. Pero no lo duden: tiene el
mismo valor (sino más) actuar a favor del planeta en el día a día desde casa,
el trabajo o la escuela. Con pequeños gestos, ésos actos en apariencia humildes
pero cuya suma permite alcanzar grandes objetivos. Y uno de dichos gestos,
acaso el más poderoso, es el de separar para reciclar…
No voy
a volver a hablar de la importancia del reciclar, como no voy a dedicar ni una
línea más a defender que el cambio climático es un hecho. Es algo que ya nadie
puede poner en duda. Pero si que quiero destacar aquí el alto valor educativo
de ese gesto.
Hace
casi 20 años, mucho antes de que los contenedores de recogida selectiva pasaran
a formar parte de manera generalizada del equipamiento urbano de nuestras
ciudades, publiqué un artículo en el que destacaba la oportunidad ecológica y
también económica de recuperar los materiales de nuestros envases y embalajes a
través de la recogida selectiva, de esa manera –decía al final del texto-
“educaremos a los pequeños en una tarea que ya es un hábito para muchos
ciudadanos europeos”.
Y es
desde esa experiencia acumulada desde la que quiero insistir en que reciclar es
educar. Como lo es respetar las señales de tránsito, ser generoso con los
necesitados, considerado con nuestros mayores y observar el resto de normas de
civismo y urbanidad en las que se basa nuestra sociedad. Un importante aspecto
que debe ser tenido en cuenta a la hora de valorar el modelo de recogida
selectiva del que nos hemos dotado la inmensa mayoría de los ciudadanos
europeos. Un modelo basado en la participación social y la transmisión de
valores.
Cuando
acudimos a los contenedores para depositar nuestros residuos de manera ordenada
estamos realizando un acto de civismo, de responsabilidad ciudadana, de respeto
al medio ambiente.
Por eso
me preocupa que haya quien ignore ese valor y critique el modelo sin atender a
lo mucho que hemos conseguido avanzar en educación ambiental gracias a él. Por
encima de los resultados que hemos ido obteniendo entre todos y gracias a
todos, mucho más allá de las toneladas que estamos reciclando y de estar
cumpliendo con los objetivos comunitarios: cada vez que separamos un envase en
el hogar para echarlo a su contenedor correspondiente estamos adquiriendo y
transmitiendo cultura, y eso –perdón por la insistencia- también es importante,
muy importante me atrevo a señalar.
A lo
largo de todo este tiempo he dedicado varios libros, centenares de artículos,
numerosos programas de televisión y muchas horas de radio a promover el
reciclaje. Estoy orgulloso del resultado obtenido gracias a la colaboración de
todos y convencido de que vamos a seguir mejorando. Pero sobre todo estoy
orgulloso de haber contribuido a que el amarillo, el verde y el azul se hayan
convertido en algo más que tres contenedores de residuos: en una excelente
herramienta de educación ambiental a la que, desde la familia o la escuela,
muchos recurren para educar a los más jóvenes en el respeto al medio ambiente.
Cortesías: La Vanguardia.