Más
educación; menos crisis
Las
estadísticas muestran que los países de mejores índices educativos han sufrido
menos la recesión
Gabriela
Cañas
Un
experto en Educación me muestra un curioso mapa de Europa. Está coloreado según
el porcentaje de personas con estudios superiores a los no obligatorios
(bachiller y FP de grado medio) y el resultado es esclarecedor. En rojo, los
que registran un porcentaje mayor, está parte de Alemania y la Europa del Este.
En distintas tonalidades de azules (porcentajes medios) están los países
nórdicos, Francia y Reino Unido, fundamentalmente. En blanco, con los
porcentajes más bajos, están los países que peor están resistiendo esta crisis:
Irlanda, Italia, Grecia, Portugal y España. El mapa está contenido en un
extenso informe titulado Mind the gap (Cuidado con la brecha) de NESSE, una red
europea de expertos en educación cuyo estudio ha avalado la Comisión Europea. Está
repleto de mapas como el que acabo de comentar y merece la pena echarles un
vistazo porque es muy revelador acerca del desafío que algunos países como
España tienen por delante y lo que, a contracorriente, ponen en marcha sus
políticos para salir de esta crisis.
Sería
muy simplista identificar los bajos niveles educativos con la renta. Si Francia
es más rica, se dirá, es lógico que gaste más en educación y que sus ciudadanos
alcancen, por tanto, mejor nivel. Ante tal razonamiento, quedaría sin explicación
la Europa del Este, más pobre que los países del sur. Pero no es esta la
cuestión fundamental, pues dada la importancia demostrada en invertir en
educación para la competitividad y el crecimiento, es más lógico pensar que
quizá Francia es más rica, entre otras cosas, porque apuesta más por la
educación. Como bien han venido a demostrar Daren Acemoglu y Jim Robinson en
Por qué fallan las naciones, la riqueza de una zona del planeta no reside a
veces tanto en sus recursos naturales como en la gestión de los mismos.
El
ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, acaba de proclamar que este es el
último año de la crisis. En algún momento esta, como todas las crisis, se ha de
acabar. El problema, volviendo al informe educativo, es que la recuperación
puede ser efímera si se insiste en descuidar una inversión productiva tan
esencial como la educación. Eso explicaría, en parte, la situación irlandesa,
que llegó a colocarse entre los países más ricos de la UE a mediados de la
pasada década y en esta fue el segundo, tras Grecia, en necesitar un rescate de
Bruselas.
Lamentablemente,
no se está trabajando en esta senda. España ha mejorado sus indicadores. El
porcentaje de jóvenes con título universitario se ha situado en la media
europea, pero sufre un fracaso escolar preocupante y, además, se prevén
retrocesos futuros por decisiones actuales. Los recortes sociales han afectado
a la educación y cuando los responsables políticos hablan de que están sentadas
las bases de la recuperación no se refieren a medidas para aumentar la
competitividad, sino que aluden al control del déficit y a la reforma laboral.
Es una pena porque hay amplia documentación científica que acredita que una
población con alto nivel educativo está asociada a un mejor comportamiento
económico y una mayor atracción de inversiones, lo que no significa que sea una
simple y fácil regla de tres.
Mejorar
la educación no es solo una cuestión de dinero. Tampoco de ratios (número de
alumnos por aula). A ello se aferran nuestros políticos y, en parte, tienen
razón. Pero es urgente que se trabaje mucho más en este asunto. Los consejeros
de educación deberían hacerlo a destajo porque España tiene, además, un
problema añadido: la desigualdad. Nuestro Estado autonómico no ha logrado la
convergencia en este terreno y las diferencias en niveles de educación superior
entre, por ejemplo, País Vasco y Extremadura son alarmantes. Tales
desigualdades lastran la mejora del país entero, pues genera aún más
desigualdad y, según todos los análisis, alienta la fuga de cerebros.
De modo
que sí, que quizá salgamos pronto de esta crisis, pero quizá sigamos teniendo
los pies de barro si se insiste en recortar para profesores y becas y en elevar
las tasas universitarias. Una política demasiado restrictiva en este punto
habría frenado las indagaciones de talentos como el de Isaac Newton, que logró
una beca de Cambridge en 1664, y cerraría el paso a todos esos otros cerebros
que, por falta de recursos o motivación, pueden quedar en el camino.
Fuente: El Pais.
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