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viernes, 2 de mayo de 2014


Educación ¿al servicio de quién?
 
Cuando se piensa la educación a menudo se piensa en ella como factor de desarrollo, como un medio de movilidad social o como la solución a los males y problemas de la sociedad y el individuo. Esta forma de ver la educación, en la cual se reconoce su valor transformador de la realidad y de la condición humana, es no solo justa, sino también necesaria. Pero a menudo olvidamos –o ignoramos- que la educación es también un instrumento de legitimación y mantenimiento del orden social imperante en una sociedad, que favorece aciertos sectores y obedece a ciertos intereses.
El hecho es que la educación es una construcción social; es decir, un producto de la sociedad que a su vez reproduce la sociedad y la cultura que la crea. A través de la educación, el individuo interioriza los valores, las normas y los códigos simbólicos de su entorno social, integrándolos a su personalidad. Introduce al individuo al mundo del trabajo, desarrollándole habilidades, destrezas y conocimientos que le permiten acceder al mercado laboral. Le desarrolla ciertos hábitos de convivencia y de adaptación a la estructura social e incluso a regímenes políticos concretos.
 
En una sociedad de clases, como la mayoría de sociedades latinoamericanas, la educación, mediada a través del sistema educativo, el currículo y la escuela,constituye el mecanismo fundamental para mantener y reproducir los valores, las relaciones sociales y las relaciones de producción. Desde esta perspectiva, las formas de educación son «aparatos educativos» de reproducción de la estructura, íntimamente vinculados a las clases sociales –en particular a la clase dominante- y materializadoras de la ideología dominante en la conformación social. Una sociedad jerarquizada se recrea en un sistema educativo igualmente vertical que le ayuda a perdurar, que mantiene los privilegios y las desigualdades, que le permite conservar las cosas como están.
 
En el orden económico se reproducen las relaciones de producción y los valores de una sociedad que privilegia el mercado, la competitividad y el individualismo. Se construyen sujetos que encajen en el modelo económico capitalista, orientado al consumismo. El sistema educativo funciona bajo una «supuesta igualdad» de accesos, posibilidades y oportunidades; pero en realidad, ante tales inequidades, busca «distraer» y en el mejor de los casos «formar mano de obra barata». La dinámica de la verticalidad como forma de construcción social supone la potenciación del monólogo, la individualización, la pasividad, la acomodación a lo existente y la obediencia ausente de crítica.
 
Al reflexionar sobre la educación desde este punto, se cae en la cuenta que ésta no es neutra. No lo es porque conlleva, explícita o implícitamente, una finalidad, una intencionalidad; y responde a una posición ideológica, política, económica y social, la de la clase dominante, la de los grupos de poder a los cuales favorece.
Puestas así las cosas, pareciera que la sociedad es víctima de sus mismas construcciones, de un sistema perverso y de un determinismo insuperable.
 
 
Pareciera que otra sociedad no es posible. Si bien es cierto que la educación replica los valores y las relaciones de una sociedad concreta e históricamente definida, también es cierto que la educación puede romper ese aparente determinismo. Sí, la educación puede y debe recrear una sociedad más justa, con un orden social más equitativo, inclusivo y solidario; recrear una educación transformadora y liberadora que genere cambios sociales; y recrear un sistema educativo que enseñe a pensar, a ser crítico y propositivo, que posibilite el crecimiento y el desarrollo del individuo así como la convivencia y la movilidad social.. Una variable transformadora la constituye el valor llamado democracia. De hecho, en las sociedades democráticas contemporáneas se asume que el sistema educativo no es un mecanismo para el mantenimiento del estatus de las personas; sino más bien un agente mediante el cual se pueden reducir las desigualdades sociales. Una sociedad realmente democrática, que toma en cuenta el interés de toda la población, se basa en relaciones de horizontalidad y participación. Esta ecuación supone la potenciación del dialogo en igualdad, la convivencia intercultural, el cuestionamiento, el disenso, el acuerdo, la implicación, el compromiso y la creencia en lo colectivo.
 
Hemos abordado brevemente las condicionantes sociales que inciden en la educación y en el sistema educativo y los intereses que existen tras las propuestas de un sistema vertical y jerarquizado y otro horizontal y participativo. Queda el reto de cómo hacer que la educación, mediada por el sistema educativo, e currículo y la escuela, esté al servicio de toda la sociedad y no que se estructure en función de los intereses de los sectores más privilegiados.
 
Cortesías: Revista Diálogo.
 

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