Educación
¿al servicio de quién?
Cuando se piensa la educación a menudo
se piensa en ella como factor de desarrollo, como un medio de movilidad
social o como la solución a los males y problemas de la sociedad y el
individuo. Esta forma de ver la educación, en la cual se reconoce su valor transformador
de la realidad y de la condición humana, es no solo justa, sino también
necesaria. Pero a menudo olvidamos –o ignoramos- que la educación es
también un instrumento de legitimación y mantenimiento del orden social imperante
en una sociedad, que favorece aciertos sectores y obedece a ciertos
intereses.
El hecho es que la educación es una
construcción social; es decir, un producto de la sociedad que a su vez reproduce la
sociedad y la cultura que la crea. A través de la educación, el individuo interioriza
los valores, las normas y los códigos simbólicos de su entorno social,
integrándolos a su personalidad. Introduce al individuo al mundo del trabajo,
desarrollándole habilidades, destrezas y conocimientos que le permiten acceder
al mercado laboral. Le desarrolla ciertos hábitos de convivencia y de
adaptación a la estructura social e incluso a regímenes políticos concretos.
En una sociedad de clases, como la
mayoría de sociedades latinoamericanas, la educación, mediada a través del
sistema educativo, el currículo y la escuela,constituye el mecanismo fundamental para
mantener y reproducir los valores, las relaciones sociales y las relaciones
de producción. Desde esta perspectiva, las formas de educación son «aparatos
educativos» de reproducción de la estructura, íntimamente vinculados a las
clases sociales –en particular a la clase dominante- y materializadoras de la
ideología dominante en la conformación social. Una sociedad jerarquizada se
recrea en un sistema educativo igualmente vertical que le ayuda a perdurar, que
mantiene los privilegios y las desigualdades, que le permite conservar las
cosas como están.
En el orden económico se reproducen las
relaciones de producción y los valores de una sociedad que privilegia el
mercado, la competitividad y el individualismo. Se construyen sujetos que
encajen en el modelo económico capitalista, orientado al consumismo. El sistema
educativo funciona bajo una «supuesta igualdad» de accesos, posibilidades y
oportunidades; pero en realidad, ante tales inequidades, busca «distraer» y en
el mejor de los casos «formar mano de obra barata». La dinámica de la
verticalidad como forma de construcción social supone la potenciación del
monólogo, la individualización, la pasividad, la acomodación a lo existente y
la obediencia ausente de crítica.
Al reflexionar sobre la educación desde
este punto, se cae en la cuenta que ésta no es neutra. No lo es porque
conlleva, explícita o implícitamente, una finalidad, una intencionalidad; y
responde a una posición ideológica, política, económica y social, la de la clase
dominante, la de los grupos de poder a los cuales favorece.
Puestas así las cosas, pareciera que la
sociedad es víctima de sus mismas construcciones, de un sistema perverso y
de un determinismo insuperable.
Pareciera que otra sociedad no es
posible. Si bien es cierto que la educación replica los valores y las relaciones de
una sociedad concreta e históricamente definida, también es cierto que la
educación puede romper ese aparente determinismo. Sí, la educación puede y
debe recrear una sociedad más justa, con un orden social más equitativo, inclusivo
y solidario; recrear una educación transformadora y liberadora que genere
cambios sociales; y recrear un sistema educativo que enseñe a pensar, a ser
crítico y propositivo, que posibilite el crecimiento y el desarrollo del
individuo así como la convivencia y la movilidad social.. Una variable
transformadora la constituye el valor llamado democracia. De hecho, en las
sociedades democráticas contemporáneas se asume que el sistema educativo no es
un mecanismo para el mantenimiento del estatus de las personas; sino más bien
un agente mediante el cual se pueden reducir las desigualdades sociales. Una
sociedad realmente democrática, que toma en cuenta el interés de toda la
población, se basa en relaciones de horizontalidad y participación. Esta
ecuación supone la potenciación del dialogo en igualdad, la convivencia
intercultural, el cuestionamiento, el disenso, el acuerdo, la implicación, el
compromiso y la creencia en lo colectivo.
Hemos abordado brevemente las
condicionantes sociales que inciden en la educación y en el sistema educativo y
los intereses que existen tras las propuestas de un sistema vertical y jerarquizado
y otro horizontal y participativo. Queda el reto de cómo hacer que la
educación, mediada por el sistema educativo, e currículo y la escuela, esté al
servicio de toda la sociedad y no que se estructure en función de los intereses
de los sectores más privilegiados.
Cortesías: Revista Diálogo.
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