La
planificación, ¿sirve o la hacemos «para cumplir»?
«¡Qué
lindo sería ser docente si no tuviéramos que planificar!». ¿Cuántas veces
pensamos o escuchamos algo parecido en conversaciones con colegas? La idea,
bastante instalada, hace, por ejemplo, que los editores de libros escolares
ofrezcan materiales para los docentes a los que, sostienen, «no puede faltarles
la planificación, porque los docentes la piden». Además de ser un requerimiento
administrativo, ¿por qué la planificación es una necesidad de la práctica
educativa?
Por
Graciela Valle De Vita.
Componentes de una planificación
La
especialista Ruth Harf, en su conferencia «Poniendo la planificación sobre el
tapete», sostiene que es innegable que planificar forma parte de las
actividades cotidianas de educadores y de la institución escolar en su
totalidad pero que, frecuentemente, es vivido como algo temido y percibido como
una «carga pública», en lugar de ser algo buscado y necesario.
Una
actividad humana
Planificar
es una actividad eminentemente humana. Se planifica, de una manera u otra, toda
actividad voluntaria en la medida en que significa poder anticipar, prever,
organizar y decidir cursos de acción.
En el caso de la escuela,
«La
planificación representa y ha representado siempre la explicitación de los
deseos de todo educador de hacer de su tarea un quehacer organizado,
científico, y mediante el cual pueda anticipar sucesos y prever algunos
resultados, incluyendo por supuesto la constante evaluación de ese mismo
proceso e instrumento» (Pastorino E., Harf R., Sarlé P., Spinelli A., Violante
R., Windler R.: Programación y práctica III. Documento Curricular. PTFD. PEI.,
Ministerio de Educación, 1995.)
Como
señalan los especialistas del equipo técnico de desarrollo curricular del
Ministerio de Educación nacional, en su material Didáctica general. Aportes
para el desarrollo curricular, la planificación «es lo que sucede entre el plan
de estudios y la enseñanza. Este es reconocido normalmente como uno de los
terrenos profesionales del profesor».
En
este sentido, la planificación es, al mismo tiempo, un proceso mental y el
producto de ese proceso, es decir, la explicitación, mediante una diagramación
o diseño. Así la describen Elvira Pastorino, Ruth Harf y otros:
«la
planificación didáctica es simultáneamente un proceso mental realizado por un
docente y un producto de ese proceso, producto comunicable, analizable,
modificable. Esta diferencia conceptual, que implica una necesaria
complementariedad entre ambos es importante de destacar, ya que cualquier
modificación de la cual queramos hacernos cargo deberá definir si lo que se
desea modificar es la forma que la planificación como producto adopta, o si
desea enfocar sus mejores esfuerzos en el modo en que este proceso mental,
organizativo, anticipatorio y mediador se lleva a cabo.» (Pastorino E., Harf
R., Sarlé P., Spinelli A., Violante R., Windler R.: documento curricular ya
citado.)
Generalmente,
bajo la denominación de «planificación» suele considerarse únicamente al
producto concreto, ignorando el proceso mental que subyace. Pero esta
distinción permite reconocer que la dificultad mayor para los educadores en
relación con esta cuestión no radica en el proceso de pensamiento, sino en la
modalidad de su explicitación. Incluso los docentes que manifiestan que no
planifican reconocen que, de una u otra manera, tratan de anticipar lo que van
a hacer en sus clases. Piensan, por ejemplo, «¿qué puedo hacer hoy?», «¿cómo
puedo aprovechar los materiales que conseguí?», «¿cómo hago para que los chicos
se interesen en tal o cual propuesta?», entre otras cuestiones.
Mujer
sentada trabajando en su computadora. En color.
¿Para qué planificar?
¿Para
qué poner por escrito la planificación si, de todos modos, el docente planifica
«mentalmente»? Los especialistas coinciden en que, cualquiera sea el formato
que se adopte, la planificación escrita permite, entre otras ventajas,
organizar el pensamiento de modo coherente y consistente, y respondiendo a una
lógica sintáctica y semántica. Al ofrecer una anticipación sistemática, permite
reducir la incertidumbre. Todo lo que se planifica, en definitiva, deja
«energía libre» para atender las contingencias e imprevistos que pueden
presentarse en el proceso de enseñanza aprendizaje.
Por
otra parte, actúa como memoria del pensamiento y permite una comunicación
duradera, facilita la confrontación y contrastación con otras producciones,
propias y ajenas, anteriores y actuales. Y, también, la reflexión acerca de los
procesos de decisión sobre el quehacer docente, además de que estimula la
posibilidad de compartir lo proyectado.
La
coherencia entre los diversos componentes didácticos —su selección,
gradualidad, complejización y articulación— se ven favorecidas por el ejercicio
escrito de la planificación. Pero, sobre todo, permite la búsqueda de una
relación armónica entre la planificación áulica, la planificación
institucional, y por lo tanto, apunta a responder a los lineamientos del Diseño
curricular vigente.
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