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lunes, 20 de octubre de 2014
sábado, 18 de octubre de 2014
EDUCACION:
Primero pedagogía, después tecnología
Estos
días se está celebrando en Madrid la feria SIMOEducación, la feria de
tecnología para educación más importante de España. La cantidad de propuestas
que puedes encontrar es inabarcable.
Con
el ritmo que llevamos uno puede sentir en sus propias carnes la obsolescencia
programada. Durante un curso te pasas
preparándote para dominar una nueva aplicación y darle un sentido pedagógico a
sus utilidades. El segundo curso ya has visto todas sus funciones y empiezas a usarla
de una manera más fluida. Estás preparado para empezar el siguiente curso
habiendo corregido los fallos del pasado, pero antes de que lo domines ya está
obsoleto. Vuelta a empezar.
Lo
que encontramos en la feria no es más que un concentrado de lo que estamos
viviendo en los centros educativos: ofertas, ofertas y más ofertas... En alguna
caerás. Las empresas tecnológicas y las editoriales se han puesto las pilas los
últimos años para engancharse al tren del negocio de la educación. Esto no va a
parar. Saben que los libros de texto tienen los días contados y que el consumo
estará ahí.
La
pena es que lo que estamos viendo es una revolución tecnológica, no pedagógica.
La mayoría de las nuevas aplicaciones se basan en estándares de la educación
tradicional.
No
hay más que ver el subtítulo de la feria SIMOEducación: Salón de tecnología
para la enseñanza. Se están creando soluciones para la enseñanza, no para el
aprendizaje. Se sigue pensando en un profesor que enseña a un alumno que asiste
pasivo al proceso. Cuando la tecnología se usa para el aprendizaje es porque
algún profesor está haciendo su propia revolución pedagógica. Y estoy
convencido de que esos profesores la harían también sin los apoyos tecnológicos
que tenemos hoy a nuestro alcance.
Es
necesario que las nuevas aplicaciones tecnológicas se basen en nuevos
estándares de aprendizaje. Debe cambiar la forma en que los alumnos aprenden
con esas herramientas, no sólo cambiar el material con el que están hechos los
recursos didácticos.
Esos cambios deben traducirse en:
1.
Individualización del aprendizaje.
Algunas herramientas ya permiten que los alumnos vayan a diferente ritmo, lo
cual es un avance. Pero el cambio real está en la posibilidad de que los
alumnos elijan qué, cuándo y cómo aprenden. Los niños no son diferentes sólo
por su capacidad para aprender un determinado contenido, también lo son por sus
intereses.
2.
Interacción real, no sólo virtual.
Está muy bien que podamos conectarnos con otros compañeros de cualquier parte
del mundo a través de la pantalla de un ordenador, pero la tecnología debe
hacer que los alumnos se relacionen cara a cara. Tan fácil con que una tarea no
se pueda completar sin la ayuda de otra persona. En este sentido, la robótica
es un ejemplo a seguir, pero es un caso muy concreto de tecnología al servicio
de la interacción.
3.
Provocar acción. El punto negro de la
tecnología es que la tendencia al sedentarismo. Creo que los videojuegos como
los de la Wii de Nintendo o la Kinect de Microsoft son un ejemplo de tecnología
que genera movimiento, pero ninguno de los dos casos están diseñados con fines
educativos. La realidad aumentada parece la solución a este problema, pero la
mayoría de los desarrolladores no han pensado en la opción de integrarla dentro
de otras aplicaciones. Tampoco parece que nadie haya creado una herramienta que
de verdad facilite a los profesores trabajar con realidad aumentada,
normalmente supone una carga de trabajo importante.
4.
Principios del conectivismo. Los
contenidos no están en un sólo lugar, ni parten de un experto. Hoy en día están
en todas partes y en todo momento. Las herramientas deben ayudar a los alumnos
en la búsqueda, la discriminación de fuentes fiables y la selección de
información, no tanto en la transmisión de la misma.
5.
Cultura y software libres. Las
propuestas tecnológicas actuales son tan discriminatorias como la política de
libros de texto. Los recursos educativos tecnológicos deben ser libres, al
alcance de todos.
6.
Divergente, no convergente. Muchas de
las nuevas aplicaciones permiten un sólo uso y las tareas son de una única
respuesta correcta. Como en la enseñanza tradicional, alguien experto ha
elegido qué respuesta es o no es la correcta sin la posibilidad de que el
alumno sorprenda encontrando algo diferente. Se deben plantear problemas con
múltiples respuestas, fomentando la creatividad.
7.
Autorregulación en el aprendizaje. En
la mayoría de las aplicaciones educativas, o bien la propia aplicación, o bien
el profesor es quien determina si el alumno ha aprendido o no. Es necesario que
las aplicaciones faciliten la autoevaluación y la reflexión sobre el propio
aprendizaje y no hagan que el alumno espere pasivamente la valoración de un
agente externo.
8.
Aprendizaje entre pares. Se debe
dotar al alumno de responsabilidad en su aprendizaje y en el de los demás. Las
aplicaciones deben facilitar que unos
alumnos aprendan de otros, que se comparta y se construya el conocimiento de
forma colaborativa.
¿Cómo crees que deberían ser las
aplicaciones educativas? Ayúdanos a ampliar esta lista con tus ideas. Comparte
y comenta.
Fuente: Actualidad Educativa.
viernes, 10 de octubre de 2014
DE INTERÉS
LA
COHERENCIA ENTRE LO QUE SE ENSEÑA Y LO QUE SE VIVE.
La primera reflexión que quiero realizar, es en
torno a la idea de que no es posible educar en aquellos valores que uno mismo
no tiene construidos. En este sentido es fundamental que el claustro de
profesores, se ponga de acuerdo en los valores que quiere trabajar en su
centro, favoreciendo la toma de conciencia y el cambio de actitudes. Toda la
energía que se despliega en un centro educativo o en un grupo de personas,
tendrá más calidad, cuanto más responda a los valores consensuados por los componentes
de la propia institución. Si los Proyectos Educativos de Centro (PEC para el
resto del texto), recogen las prioridades de valores consensuados por la
Comunidad Educativa, éstos se pueden convertir en un instrumento innovador y de
cambio, que será necesario ir revisando en sucesivos momentos, a través de la
reflexión y el diálogo.
Sin embargo, el consenso no es un pacto o un
acuerdo racional. El consenso debería entenderse como un acuerdo vivencial que
trata de integrar las visiones particulares a partir de los valores
compartidos. Estos valores son los que posibilitan la creación del Proyecto de
Centro, y favorecen la asunción de compromisos concretos. No entiendo por
consenso, votar en un claustro para recoger los valores prioritarios a trabajar
en una escuela Es preciso argumentar, discutir, y llegar a un acuerdo siempre
en situaciones de igualdad o simetría, es decir, que no se imponga un criterio
por el lugar que la persona ocupa en dicha escuela. Lograr un consenso, es
sumamente complejo sobre todo, en los centros públicos donde conviven personas
con diferentes ideologías e intereses, y tienen que encontrar unos mínimos
acuerdos para trabajar los mismo valores. Y más complejo aún, haber logrado
ponernos de acuerdo qué entendemos debajo del rótulo: tolerancia, respeto,
educación no sexista, etc. Para algunos profesores el valor respeto puede
significar que los alumnos no contraríen su punto de vista (que suele ser el
correcto), y para otros, puede significar recoger y tener en cuenta el punto de
vista del alumno porque posee un valor en sí mismo.
¿Cómo se
logra que una vez definidos los valores en las Comunidades Educativas, el
profesorado se comporte de acuerdo a ellos? Sabemos que el adoctrinamiento
o la inculcación de valores, no ha fomentado la construcción de los mismos,
sino más bien la conformidad. Y la conformidad suele manifestarse cuando las
personas no tenemos alternativas. (Bunes y Elexpuru 1997).
Como han señalado Del Val y Enesco (1994) las
organizaciones autoritarias se caracterizan porque mantienen el orden mientras
la autoridad está presente, cuando ésta desaparece las personas no saben cómo
comportarse e incluso puede llegar a producirse el derrumbe de toda la
organización.
En este sentido pienso que el trabajo con el
profesorado está en la base del cambio del sistema y de la atmósfera del
centro. Para que el trabajo con los educandos tenga verdadero éxito, es
fundamental tener en cuenta que:
a) los profesores actúan como modelos, y que los
valores que se aprenden son aquéllos que se pueden vivir o experimentar.
b) los alumnos perciben con bastante claridad la
distancia entre "lo que se dice" y lo "que se hace".
Con razón, algunas personas ajenas al mundo
educativo, cuando escuchan continuamente hablar de valores nos dicen: "los
valores hay que vivirlos", y no sólo "predicarlos" "dar
conferencias o escribir sobre ellos".
domingo, 5 de octubre de 2014
BREVE ENTREVISTA>
Acabar con el maestro «de trampolín»
La familia siempre quiere que su hijo
tenga un buen profesor, sin embargo, no siempre acepta que su hijo lo sea, sostiene Norma Díaz Rondón, quien luego de más de 50
años dedicados al magisterio ahora ayuda a formar a sus continuadores
Por: Margarita
Barrios.
¿Hay jóvenes que no quieren las carreras
pedagógicas?, le preguntamos. Y esta
venerable maestra, cuyos alumnos están por todas partes, responde con premura.
«En
eso influye mucho la familia, que les dice que busquen opciones donde tengan
mayor desenvolvimiento económico. El magisterio lo ven como algo con mucho
sacrificio y poco beneficio personal.
«Y
es una contradicción, porque la familia siempre quiere que su hijo tenga un
buen maestro y le dejan a la escuela el mayor peso de la formación del joven.
Sin embargo, luego no desean que su hijo retribuya a la sociedad.
«Todavía hay quienes asumen la profesión
como un trampolín, porque no tienen promedio para otra carrera. Y aunque se ha
perfeccionado la selección, con la primera graduación no vamos a alcanzar los
resultados a que aspiramos.
«Claro
que nos toca a nosotros seguir trabajando con esa arcilla, moldearla. Es un
trabajo arduo para sembrar en ellos la vocación necesaria y también para que
estudien, amplíen sus horizontes, porque lo que no se domina, no se puede
enseñar bien».
Luego
de más de 50 años dedicados al magisterio, la profesora Norma Díaz Rondón no se
siente cansada. Y aunque ya se había acogido al retiro, regresó cuando le
propusieron en 2001 ayudar a formar maestros.
«Y
en este tiempo me hice Profesora Asistente, luego Auxiliar y Máster. Yo soy de
la opinión que estudiar nunca está de más».
Cuando
se los encuentra, los alumnos de tantos años siempre le deparan alguna nueva
emoción, a veces cuando visita una escuela, o por la calle. «Me reconocen y se
acercan con mucho cariño. A veces no los recuerdo, porque están gordos, o
canosos, pero cuando me empiezan a hablar, me dan algún dato, vienen a mi
mente, porque los rasgos de la cara no cambian».
Norma
imparte ahora clases a un grupo de 147 maestros habilitados para la enseñanza
primaria, que se están preparando para ingresar a la Universidad. Estos jóvenes
ya están dando clases en las escuelas de la capital y ahora realizarán su
licenciatura, sin abandonar las aulas.
«Aunque
soy profesora de Historia, les imparto Cultura Política. Es una asignatura que
me apasiona, pues es tomar los sucesos de la realidad, analizarlos, buscar sus
orígenes, su trascendencia».
Esta
mujer asegura que nació con la vocación de ser maestra, pues cuando todavía
estaba en la escuela primaria ya enseñaba a leer y escribir a los niños de su
barrio, y el triunfo de la Revolución la sorprendió estudiando el tercer año en
la Escuela Normal de La Habana.
«Me
incorporé al primer contingente de maestros voluntarios y fui para la zona
oriental. Tenía 17 años y ninguna práctica, porque en aquella época no se
vinculaba desde temprano al profesor con el aula, como ahora.
«Luego
me sumé a la Campaña de Alfabetización. Me ubicaron en el cuartón de La Piedra,
en Pilón, y me designaron responsable de 18 alfabetizadores. Casi todos eran
niños de 12 y 13 años, de La Habana. Los campesinos de la zona eran muy buenos
y nos acogieron muy bien, tengo de esa etapa los mejores recuerdos.
«Al
terminar la Campaña me quedé por cinco años dando clases en las montañas, y
luego, como me había casado y mi esposo trabajaba en Santiago de Cuba, trabajé
en secundarias básicas de esa ciudad y luego en la capital.
«En
1974, cuando se funda la Escuela Formadora de Maestros Salvador Allende, me
incorporé a ese centro, y por último, antes de jubilarme, ocupé el cargo de
metodóloga en la provincia de La Habana».
En
todos sus años de labor Norma ha estado involucrada en disímiles tareas, todas
vinculadas con el magisterio: asesora en diversas instancias, organizando eventos
como las Olimpiadas del saber o encuentros con la Historia; en la Universidad
de Ciencias Pedagógicas, así como en la elaboración de un texto sobre Educación
Cívica y otro sobre Didáctica de las Humanidades.
«Mis
compañeros de trabajo, en broma, me dicen: “Norma, yo quiero ser como tú cuando
sea grande”. Creo que este ímpetu se debe a que mi padre fue mambí y esa sangre
corre por mis venas, así que no me rindo fácil», afirma sonriente.
«Para
cualquier tarea digo siempre que sí, y mientras la salud me acompañe trataré de
seguir, pues así me siento realizada».
—¿Cómo ve usted la actual formación de
maestros?
—A
estos muchachos que tengo hoy los asesoro, los atiendo, no solo para que se
preparen para la Universidad, sino para ver sus habilidades, su interés por el
magisterio. Algunos son brillantes, otros no, esa es la realidad.
«Ellos
son de la última graduación del plan emergente y pensamos que no sea necesario
volverlo a abrir. El éxodo de maestros se produjo mayormente por el período
especial, y aunque el país no tiene posibilidades de darles hoy otros
estímulos, lo principal es recibir el amor de sus alumnos.
«Pienso
que haber regresado a las escuelas formadoras de maestros es un símbolo de
recuperación. Nunca debieron cerrarse y hay que seguirlas perfeccionando. Si
antes entraban con noveno grado, por qué no seguirlo haciendo así. Lo
importante es formarlos con calidad, con exigencia, para tener el maestro que
necesitamos. Los programas están estructurados con mucho acierto y se han ido
rectificando con la práctica».
—¿Cuál es el principal consejo que da a sus
alumnos?
—Que
sean ejemplo. No solo en el aula, en todos los momentos de la vida, porque el
maestro es maestro siempre. Y quien no se respeta a sí mismo, no es capaz de
enseñar.
Alumnos
que son maestros
Marcia
y David Rodríguez son dos de los jóvenes maestros-alumnos de la profesora
Norma. Ambos imparten clases en escuelas primarias de la capital, mientras
terminan su preuniversitario y se preparan para las pruebas de ingreso a la
enseñanza superior.
«Es
una magnífica profesora, sus clases son perfectas. Me encanta su manera de
expresarse, la relación que mantiene con nosotros. De su experiencia pedagógica
lo tomaría todo», asegura Marcia.
«A
mí lo que más me aporta es ver los conocimientos que posee, su formación, eso
le permite explicar de una manera que todos entendemos, porque de manera
sencilla nos enseña a razonar», aporta David.
Ambos
jóvenes están enamorados de su profesión, y aseguran que lo que más les
satisface es la bella relación que establecen con «sus niños».
«Estoy
dando cuarto grado en la escuela primaria Alfredo Miguel Aguayo, de Diez de
Octubre. Es un año difícil, pero me siento bien, me gusta lo que hago. Espero
matricular Psicología en la Universidad, pero no voy a abandonar el aula, sino
que esos conocimientos me ayudarán a entender mejor a mis alumnos», dice David.
«Yo
doy clases en tercer grado de la escuela primaria Vicente Ponce Carrasco, de La
Lisa. Un día —recuerda Marcia— me llamaron de la dirección, y cuando regresé al
aula había tres niños llorando, porque pensaron que yo me iba del centro. Ese
amor que ellos sienten por mí es lo más bello que se puede recibir».
— ¿Qué es lo que no le puede faltar a un
maestro?
«Ser
ejemplo, porque los niños se fijan en todo, en lo que uno ni se imagina; por
eso no se puede improvisar para dar una clase, hay que prepararse bien», afirma
David. Mientras Marcia asegura: «Yo creo que pasión y amor, la profesión de
maestro tiene que ser así».
TEMA EDUCATIVO.
Diálogo
en torno a una redacción escolar
POR: Manuel Matos
Moquete
En una mesa del salón de
profesores del liceo, dos profesores ideales, el profesor X y el profesor Y, se
encuentran en el proceso de corrección de las composiciones de los alumnos del
Cuarto Grado de la Educación Media. El profesor X abre un paquete con los
trabajos de sus alumnos, los hojea, los observa, los muestra a su colega, el
profesor Y. Ambos proceden a la revisión, al tiempo que intercambian
reflexiones y toman decisiones.
Profesor
X.
La enseñanza de la comunicación escrita es primordial en mi clase, sin
detrimento de la oral. En el proceso de escritura es donde las palabras se
manejan como un verdadero arte.
Profesor
Y.
Muy bien profesor. Ahora déjeme ver esas composiciones.
Profesor
X.
Fíjese en lo mal que escribe ese muchacho, a pesar de lo tanto que le he
remachado la importancia de la lengua. Es una redacción pobre y confusa en el
uso de los sustantivos, los verbos, los adjetivos y los adverbios, categorías
cuyos empleos desconoce. Y en cuanto a las conjunciones y preposiciones ni se
diga, no están donde deben ir. Están ausentes o sobran.
Profesor
Y.
Y todo eso porque ese alumno no escribe realmente, su narración es oral. Es una
oralidad transcrita. Realmente no tiene conciencia de la escritura. De ahí el
carácter espontáneo y poco entendible del texto. De entrada, por esos defectos
de la escritura yo le quitaría tres puntos de los diez que vale la composición.
Profesor
X.
“Es ego quien dice ego”, decía un lingüista, pero ese alumno no usa el nombre y
el pronombre personal como se debe, que permitan tener una imagen del
narrador... Habla de Juan y de yo como personas distintas cuando la composición
es una narración autobiográfica. Ignora que el uso de la primera persona es
esencial para el desarrollo de la identidad personal. Por otra parte, tiene una
pésima ortografía, escribió ayer con h, necesidad con dos eses y puso un acento
en la o de arroz. Por esas faltas no tenemos más remedio que reducirle dos
puntos más, aunque le queden solamente cinco puntos.
Profesor
Y.
Así es, profesor, yo le quitaría hasta más. El manejo de los pronombres y la
ortografía es esencial. Pero, dígame profesor, cuántos le debemos quitar por
los signos de puntuación, pues por lo que observo, la redacción no usa el
punto, la coma y el punto y coma. Es un texto continuo, corrido, desde el
principio al final.
Profesor
X
¿Por los signos de puntuación? ¡Oh!, eso es los más importante. Hay algunos,
pero donde no van. Por eso yo le quitaría algo, un punto, por lo menos, para
que aprenda a separar oraciones e ideas.
Profesor
Y.
Ciertamente, le podemos quitar otro punto para no ser tan severos con ese
alumno. Pero, por otro lado, las palabras encierran conceptos y por tanto son
recursos principales de que dispone el ser humano para el desarrollo del
razonamiento y la conceptualización a través de formas como los modos, los
tiempos y los aspectos de la lengua.
Profesor
X.
Las palabras no solo encierran conceptos sino también valores. Son valores
palabras como amor, libertad, honestidad. Por tanto, en el uso de la lengua las
palabras sirven al desarrollo de los conceptos, de valores y actitudes.
Profesor Y. Es cierto, existe una
terminología valórica que el alumno nunca usa, pero, el pobre, es que me da
pena por él, pues solamente le quedarían cuatro puntos.
Profesor
X.
No importa, profesor, para el desarrollo conceptual, el vocabulario es
esencial. De ahí que las prácticas de enriquecimiento léxico son tan
importantes. La importancia del léxico ha estado avalada por los tipos de
recursos y estrategias de que se han valido los hablantes, los especialistas y
las instituciones lingüísticas, como las academias de la lengua. Por un lado,
la constitución de diccionarios y glosarios para la formación y desarrollo en
abstracto de los conceptos y el caudal léxico: por otro lado, el uso de la
lengua en contextos y situaciones, o lo que es lo mismo, en forma de comunicación
oral y escrita o artes del lenguaje.
Profesor
Y.
¿Usted imparte a sus alumnos los ejercicios de mapa semántico y mapa lexical,
de búsqueda de palabras desconocidas en diccionarios y de trabajo del
significado contextual de las palabras? Le pregunto porque parecería que ese
alumno no conoce nada de eso. Fíjese en la pobreza léxica de su redacción,
habla de cosa, vaina, repite las mismas palabras y las usa sin propiedad. Por
los problemas de deficiencia léxica yo le quitaría no menos de dos puntos, aunque
solamente obtenga dos puntos por la redacción.
Profesor
X.
Realmente estoy aturdido, no esperaba que las faltas de ese alumno fueran
tantas en ese aspecto. Es uno de los mejores de mi clase, incluso creía que era
el mejor del bachillerato. Si algo yo enseño en mis clases es el manejo de la
palabra. Digo a mis alumnos que tener un vocabulario rico contribuye al
conocimiento y a la valoración de los referentes de la realidad, sobre todo
cuando apunta a procesos como la designación, la denominación, la descripción,
la clasificación, la enumeración y el análisis. Hago hincapié en las categorías
del sustantivo, el verbo, el adjetivo, los adverbios. Hago inventarios de esas
palabras en textos leídos; trabajo con ellos las palabras en contexto, no la
palabra aislada. Repaso con ellos el valor significativo y el valor connotativo
en textos expositivos y en textos literarios.
Pero, parece que esos
alumnos no tienen cabeza, no aprenden nada. Escuche profesor cómo les explico
la importancia del léxico. Les digo: Existen dos esquemas de realización de la
lengua, los cuales son los ámbitos de existencia de las palabras. La forma
abstracta y forma concreta. La abstracta es el modelo de la lengua, en el cual
las palabras tienen valor de signos, es decir, son unidades de significados y
significantes y en ese rol son responsables de la percepción sonora de la
lengua y de otros sonidos no lingüísticos y de la construcción de los conceptos
de la realidad. La forma concreta es el modelo del discurso, en el cual las
palabras léxicas, fundamentalmente, constituyen los núcleos del pensamiento, la
emoción y las imágenes en la comunicación en términos de palabras clave, campos
lexicales o vocabulario que corresponden a los temas, los tópicos, los
ideologema y las ideas o ideologías centrales del texto. Eso es lo más fácil,
pero parece que no aprendieron mis lecciones, y eso me avergüenza, puesto que
no se justifica la pobreza léxica de ese muchacho, que bien se merece que le
quitemos dos puntos más, aunque obtenga cero punto en la redacción.
Profesor
Y.
El profesor Y mira con compasión al profesor X. Lo siente alicaído y confuso,
como experimentando un sentimiento de culpa por las faltas de su alumno. Y para
suavizar el ambiente, le dice: No se preocupe, profesor, mis alumnos son así, a
pesar de los esfuerzos que hago. Luego agrega: Es que la lengua es difícil,
puesto que fíjese profesor, ese texto del alumno no tiene coherencia. ¿Y cuál
es el tema y el contenido desarrollados a lo largo del texto? Eso no se ve
claro, pues pasa de un asunto al otro y no asegura la progresión temática.
No expone una historia con
claridad y continuidad. No hay ideas desarrolladas con alguna lógica del
pensamiento. Una redacción sin tema, sin tópicos y sin ideas claras y bien
desarrolladas no es redacción. Es un amasijo de palabras inconexas que
dificulta la comprensión de la lectura, y observe profesor que es imposible
identificar las palabras claves al carecer de coherencia. Ese solo error
equivaldría a la mitad de la puntuación, pero como no le quedan más, vamos a
abrir a ese alumno una cuenta de débito por un valor de tres puntos.
Profesor
X.
Ciertamente, profesor, lo que pasa es que el texto carece de cohesión, y sin
esto no puede tener coherencia. Esta es una falla de dimensión semejante a la de
la coherencia. ¿Porque cómo puede haber progresión de las ideas y de
acontecimientos si no se redactan oraciones y párrafos formalmente relacionados
entre sí? Las oraciones son extensas y no se relacionan a través de conectores
u otros recursos anafóricos que anuden las proposiciones. Las oraciones no
forman párrafos. Por la ausencia de ese aspecto formal, pero esencial, yo le
quitaría a esa composición no menos de dos puntos, lo cual representaría para
el alumno un déficit de cinco puntos, que se suman a los diez perdidos y que
eran el valor total de la evaluación.
Profesor
Y.
Es verdad, profesor, ahora que me fijo bien, no sé qué hacer con esa redacción.
Porque, además, no le veo ni pie ni cabeza. Está hecha sin propósito y sin
estrategia comunicativa. Se pretende que es una narración de una experiencia
personal, pero ese acto de habla no se destaca. ¿Cuál es el acto de habla
principal? ¿Cuál es la historia que se cuenta? ¿Cuáles son los acontecimientos
que se narran? No se sabe si narra, describe, argumenta etc. Yo le quitaría…
Profesor
X…y
tanto que he enseñado a mis alumnos que el arte de la palabra se juega en los
actos de habla, que son las unidades básicas de la comunicación. Los actos de
habla son las acciones que producen los hablantes en el proceso de la
comunicación y estas se identifican a través de los verbos. Esas categorías son
las responsables de que cada una de las acciones y del proceso de predicación
de las oraciones.
En esos procesos se
producen, a partir de las funciones sujeto y predicado, cuyos núcleos son
respectivamente los sustantivos y los verbos, las ideas y los juicios sobre las
cosas y las personas. Sin embargo, en esta redacción no se observa nada de eso.
No se extrae ningún argumento. Y por lo tanto, profesor, con el dolor de mi
alma yo quitaría cuatro puntos más a ese alumno, quien desde este momento tiene
una calificación de menos nueve puntos.
Profesor
Y.
Así se hace, profesor, aunque sean sus alumnos. Con los míos yo hago lo mismo.
Sobre todo cuando veo en esa redacción cosas como esta: no posee un inicio, no
se percibe el nudo y tampoco termina en un desenlace. Esa es una falta grave en
cualquier tipo de comunicación, carecer de introducción, el desarrollo y la
conclusión. Eso solamente merece que a ese alumno se le quite cinco puntos más,
porque sin esquema de composición, sencillamente no es posible comunicar.
Profesor
X.
Pero, fíjese profesor, que a ese muchacho le hemos quitado los diez puntos de
la composición, y luego menos nueve. Entonces, con ese tamaño error que
representa no seguir un esquema de composición, su déficit aumentaría a menos
catorce. ¿No será eso una exageración? Le hemos quitado un total de diecinueve
puntos.
Profesor
Y.
Yo se lo dije, profesor, que el buen uso de la lengua es difícil, y redactar
mucho más. Su alumno no solo reprobó, sino que, debiendo catorce puntos,
todavía no termina la corrección. Ahora observo, quizás la falta más grave de
esta composición: la situación de comunicación. No se sabe cuándo, dónde y a
quién alude la narración. No hay idea del país y la cultura en que se sitúa.
Por el estilo empleado, si a eso puede llamarse estilo, no se advierte bien el
destinatario. A veces, es culto, con palabras rebuscadas, a veces muy populares
y hasta vulgares. Tanto parece que es lengua oral, tanto que es escrita. Y
quien redacta mezcla las personas, no sabiéndose si el texto fue redactado en
primera o en tercera persona. Incluso emplea la segunda, cuando dice: “Tú sabes
que uno no resiste el hambre cuando es joven, por eso, ellos, nosotros no
paramos de comer en vacaciones, yo hice lo mismo”. ¿Qué pasará con ese alumno
si sigue redactando así? ¿Qué será de él?
Profesor
X.
Lo mismo que debe pasar con todos los hablantes. Tener conciencia de que la
lengua se estudia como ciencia y se usa como arte. Es preciso describir, aun
sea brevemente, ese doble estatus de un mismo fenómeno. Ciencia es abstracción,
conceptualización, clasificación; análisis y síntesis. Arte es uso,
instrumentación, aplicación, actividad e impacto.
Desde la perspectiva de las
ciencias del lenguaje, el conocimiento de la lengua se centra, en forma
abstracta, en las funciones representativas y designativas en tanto que es
sistema de signos. Pero, desde el punto de vista de las artes del lenguaje,
esas funciones se concretan, desembocan, como meta y fin de la lengua, en el
discurso. Éste, a su vez, se particulariza en el producto más concreto de la
comunicación lingüística: el texto en sus diversos géneros, tipos y
manifestaciones. Textos orales y escritos en forma pasiva, o comprensión, y en
forma activa o producción; de carácter literario y no literario.
Como arte, la lengua remite
al uso y a los usuarios; como ciencia, al conocimiento sistemático del amplio
campo del lenguaje a cargo de diversas disciplinas, entre las cuales se destaca
la lingüística
Como ciencia, la lengua es
conceptuada y analizada en sus partes, luego reconstruida como sistema. Por
ejemplo la palabra, en general, el léxico, el vocabulario, puede ser observada
como abstracción, nivel de análisis, unidad lingüística, parte de un sistema.
En ese sentido, forma parte de la dimensión morfológica de la lengua; pero como
arte, el léxico se concreta en la manifestación reducida del número, la clase y
el uso de las palabras seleccionadas por un hablante en una situación, en un
contexto, en un texto.
Profesor
Y.
Yo abordo así, en mi clase de español, la enseñanza de la lengua como uso:
destrezas, habilidades, competencias. Y se orienta el tratamiento a la
consideración de las capacidades básicas que todos los hablantes de una lengua
deben aprender, desarrollar y dominar en los diferentes contextos y situaciones
de la comunicación verbal: comprensión oral y expresión o producción oral,
comprensión escrita y expresión o producción escrita.
Además de esas artes
fundamentales e integrales en las que funciona la palabra, el léxico, el
vocabulario, en tanto que arte particular de las capacidades básicas, existen
otras, auxiliares y parciales, de valor normativo: la prosodia, la ortografía y
la gramática. Esos aspectos son otras tantas dimensiones en las que se
manifiesta la palabra como apoyo a las artes básicas del lenguaje. Como la
palabra misma, esas artes auxiliares son formas y recursos al servicio de las
artes del lenguaje. Su conocimiento, uso y aprendizaje adecuados solo es
posible en el proceso de uso y aprendizaje de la lengua a través de: escuchar,
hablar, leer y escribir.
Profesor
X.
Muy bien profesor, usted y yo estamos de acuerdo. Y es normal que así sea, pues
seguimos el mismo enfoque funcional y comunicativo del currículo de Lengua
Española. El enfoque que planteamos a los alumnos es el de la palabra como arte
en su más amplio sentido, dentro de las denominadas artes del lenguaje:
escuchar, hablar, leer y escribir.
Lo que pasa es que, al
parecer, ese enfoque y nuestras teorías no son comprendidos ni aplicados por
los estudiantes. Nuestra evaluación debe tomar en cuenta esa realidad, y por
eso le propongo, profesor, dejar sin efecto la calificación asignada a ese
alumno y dar una reposición a todo el cuarto del bachillerato en lectura y
redacción, a ver si mejoran el uso de la lengua.
Profesor
Y. Así sea, profesor. Manos a la obra.
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